Así se mueve el mercado de las drogas de moda entre adolescentes de familias adineradas. Muchos padres se olvidaron de ella. Creyeron que la famosa cocaína rosada era leyenda del pasado. Pero sigue viva y coleando entre los adolescentes de estratos altos. Y no solo la producen traquetos, también los propios escolares. Tanto que ya no siempre cuesta 120.000 pesos el gramo. En ocasiones baja a 80.000 o 90.000 pesos por la irrupción de los jóvenes productores caseros.
El color casi nunca varía, el rosa sigue siendo el favorito aunque existen presentaciones amarillas, lo que cambian son los ingredientes. Al coctel básico (2’5dimetoxi-4-bromo- feniletilamina) con propiedades alucinógenas y estimulantes, le pueden agregar cocaína, heroína o unos químicos.
El nombre real y el que circula no es cocaína rosada, sino 2CB, pronunciado tusibi, como en inglés. Para los menores de edad es tusi y si lo escriben en sus redes sociales, sustituyen la palabra por el emoticón de una billetera rosada.
En Cali, son alumnos de algunos de los colegios más costosos, según los entrevistados, los que marcan la pauta en consumo de drogas porque acostumbran a recibir las mesadas más abultadas. Para muchos padres, dinero de sobra en el bolsillo implica fácil acceso a drogas caras y a las que más estatus otorgan.
“Es como si Cali fuese un almacén de dulces y usted les da las llaves a los niños para abrirlo”, cuenta la mamá* de un estudiante del Bolívar. Ese centro forma parte de Asobilca (Asociación de Colegios Bilingües de Cali) y está integrado por siete prestigiosos colegios.
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“Si eres hombre, tenés que usar ‘jeans’ Adriano, Goldshmied, Armani o Lucky Brand, camisas Philipp Plein, tener 200 polos, zapatos Gucci, Prada, Hugo Boss. Y tenés que meter drogas, poquitos los que no. Todo es por el estatus y lo que vayan a decir de uno”, precisa un adolescente. Admite que son los varones los que reciben las mayores mesadas –rondan los 800.000 y 900.000 pesos mensuales y llegan a 5’000.000 en unos casos– y quienes suelen adquirir la droga e invitar a las chicas a tusi porque es una manera de atraerlas.
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“Las que meten tusi es porque los hombres se las compran”, asegura una quinceañera. “A nosotras, que recibimos 200.000 o 300.000 pesos de mesada, lo que nos da estatus es ir a los desfiles (de moda), vestir Gucci, Chloe, Carolina Herrera, Chanel, ir al gimnasio, comer bien, verte bonita, el novio que tenés. Lo que sí ahora es de muchas mujeres es el MD (otra droga de moda)”, añade.
“Van tan rápido los adolescentes que resulta difícil saber cuál es la droga del momento. Hoy en día no huelen, no se enrojecen los ojos, consumen y en pocas horas comen con los papás y no te das cuenta. Antes había otras alertas”, comenta una de tantas madres que ha visto a uno de sus hijos sucumbir a las drogas. “Pero no culpo a los colegios, es una problemática muy difícil de manejar”.
No solo consumir determinadas sustancias sicoactivas, incluido whisky costoso, forma parte de un código no escrito de los adolescentes caleños de estrato alto para pertenecer al exclusivo club de los elegidos. También incluye infracciones, como dejarse enfermar por una sobredosis. Lo de menos son las consecuencias para la salud del afectado, lo sancionable es que conlleva hospitalización urgente y la consiguiente atención y alarma de los adultos. Y que los papás averigüen sus pasos es lo último que desean.
“Todo el mundo te echa al lado porque boleteas a los otros, acabas con una reputación en cero. Cali es un pueblo, todo el mundo sabe quién es quién”, explica una escolar de 16 años. “Si cae uno de un grupo, normalmente caen todos porque los papás le cogen el celular y descubren a los demás”.
El castigo supone convertir al afectado en un paria. Al estar inmersos en un universo minúsculo, el nombre se riega fácil y el afectado queda aislado por completo. Borrado.
No le queda a la familia camino distinto a alejarlo y sacarlo de la ciudad o del país, o esperar a que la entrada a la Universidad entierre el pasado.
“El consumo de drogas es un problema real que no todos los padres quieren ver, prefieren hacerse los de la vista gorda. No sé si es porque no saben darle manejo”, señala el rector del Jefferson, Juan Pablo Caicedo, que aceptó una entrevista por considerar que el silencio y el ocultamiento no es la vía para buscar soluciones. Los de Bolívar y Colombo Británico prefirieron no concederla.
Caicedo recuerda casos en que ha revelado a padres que su hijo consume y obtiene la negación por respuesta. “Yo soy una mamá presente, es imposible”, contestó una mamá angustiada. “Tampoco es fácil convencer a los estudiantes de que no consuman si sus padres hacen lo mismo”. En un taller de prevención de la Corporación Caminos, un alumno tomó la palabra para protestar por lo que creía era una pérdida de tiempo y un discurso vacío. “Mi papá consume y me dio carro, acción del club, viaje al exterior. Eso no afecta a la vida”, dijo el chico con hastío.
Al margen del ejemplo paterno, Caicedo cree que los jóvenes no ven peligro en tusibi. “No temen a nada. Empiezan incluso en 7.º grado para emular a sus hermanos mayores. El problema es que comienzan con dosis bajas y van subiendo”.
Alberto Sánchez, investigador de políticas de drogas, piensa que la clave está en que “la información sobre la drogadicción entre los jóvenes no es suficiente ni confiable y, sin ella, los programas de prevención no son eficientes”.
Para algunos padres, además, es necesaria una intervención más activa de las autoridades y la policía, pero resulta difícil: “No contamos con su respaldo y tampoco ellos tienen herramientas suficientes para actuar. En Yumbo (municipio contiguo a Cali, en donde está enclavado el Jefferson) solo hay una patrulla de Infancia y Adolescencia para ese municipio, para Viges y La Cumbre; y es la única policía que puede intervenir en los colegios. Una vez contestaron a nuestra petición de ayuda que los padres del Jefferson tienen dinero para el tratamiento (de drogadicción). Una institución educativa de estrato alto no es prioritaria, hay otras públicas con más problemas”.
En esos colegios bilingües no se apuestan vendedores en los alrededores y si la consumen en el interior de las instalaciones, algo esporádico y casi siempre en los baños, los mismos estudiantes la llevan.
Hace dos años, gracias a la insistencia del colegio y de algunos papás, y con la ayuda de un exoficial de la policía, convencieron al director de la Sijín de Cali para investigar las redes de proveedores. En agosto del 2016 lograron desmantelar una banda que suministraba el 2CB a los estudiantes de estratos altos. Sus integrantes, salvo el líder, eran jóvenes de aspecto agradable e inocente y la única mujer del grupo trabajaba de DJ. Los soltaron enseguida porque, al analizar el alijo de 2CB y otras sustancias que les incautaron, la justicia consideró que su efecto no era tan nocivo como para merecer la detención.
“La 2CB es muy peligrosa, los jóvenes la meten y no saben qué contiene. Puede ser letal”, asevera un vocero autorizado de la Sijín, que lucha contra el microtráfico en Cali desde hace años y pide omitir su nombre. “Uno, que también es padre, hace lo más que está a su alcance para combatirla. Pero el consumo se ha disparado y cada vez inventan cosas nuevas como la Nexus, combinación de metanfetamina y LSD, que cuesta 100.000 pesos la dosis y es similar a la tusibi. Y son fáciles de transportar. Los proveedores de tusibi, por ejemplo, la pueden llevar en tarros de polvo rosado. Si los descubren, dicen que es para las matas o lo que sea y no todos los policías la conocen”.
Los jóvenes que la producen en sus casas solo necesitan una olla arrocera y un sartén de cerámica para cocinar los químicos. Aunque aprenden al principio para ganar dinero, suelen terminar enganchados y “se vuelven tuseros”, comenta una chica.
A la hora de consumir, las cantidades difieren. “Depende de tu nivel de adicción o lo ‘high’ que quieras quedar. Hay unos que el punto (equivalente a un gramo, la dosis mínima de 2CB) es solo para ellos y otros lo reparten entre varios aunque no tenga mucho efecto, como para decir que metes tusi”, explica un estudiante. “También pueden comprar a un ‘dealer’ un bolsón de tusi, que son 15 puntos; si son siete amigos o un grupo pequeño en una casa”. El efecto es similar al del LSD, un viaje de altibajos, con etapas de calma y otras de frenesí y alucinaciones.
“La falla es que los papás les crean todo a los hijos. Dicen muchas mentiras y es más fácil creerlas que aceptar la realidad”, me dice una quinceañera en tono de mujer adulta. “Se miente siempre, los drogadictos son expertos en decir mentiras. Y si se las dicen a la novia cómo no se las van a decir a las mamás”. Por regla general, los padres de estratos altos prefieren creerles y mirar para otro lado excepto cuando la adicción se torna incontrolable y deben enviarlo a un centro de rehabilitación en Bogotá o Miami, entre otras ciudades.
Algunos progenitores llegan al extremo de romper relaciones con otros papás que les advierten que sus hijos meten drogas con los suyos, cuando los descubren por algún descuido o sobredosis.
“No se va acabar nunca porque siempre salen cosas nuevas y la búsqueda de querer ser alguien reconocido entre los adolescentes siempre va a existir”, sentencia otra niña. “Todo es por el estatus y lo que vayan a decir de uno, hay que estar a la moda en todo”.
* Las madres y jóvenes entrevistados pidieron no dar sus nombres
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