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Por Miguel Ángel Arango.
Seguramente Jorge Iván Ospina, no pasará a la historia por sus ejecutorias como alcalde de Cali. Pero si será recordado como el alcalde más impopular en los cerca de 500 años de historia. Tiene una facilidad impresionante para lograr desprecios con quien debe relacionarse.
Da pena ajena cuando en eventos públicos se escuchan coros vergonzosos gritándole yorya o loca. El mismo se ha ganado ese irrespeto de un sector muy amplio de la opinión pública. Su actitud desobligante y descortés con sus interlocutores, los tratos crueles y despóticos con sus subalternos ya son característicos en este inefable personaje.
El pasado domingo asistía la velación de los despojos mortales del periodista Jaime Gallego y para los dolientes era como si hubiera llegado un personaje más, los asistentes se dieron como inadvertidos por quien debe ser respetado y admirado por representar la primera autoridad del municipio.
Un hombre que pasa frente a periodistas y funcionarios como un rayo y estos se tienen que abrir para que no los atropelle. No sabe decir “buenos días”, ni “como estas” y en ocasiones saluda despidiéndose. No hay dirigente gremial en el Valle del Cauca que no condene la antipatía y malas maneras del alcalde caleño.
No hay ningún punto de comparación con las personas que lo antecedieron en esa posición. Que tal la gallardía y los buenos modales de Germán Villegas, Mauricio Guzmán, Ricardo Cobo y el mismo Apolinar Salcedo. Admirable el carisma y la sencillez de los dos últimos en un feo contraste con todo lo contrario del hombre que hoy dirige la vida municipalista.
Un hombre que le da asco darle la mano a sus coterráneos que es soberbio, patán y prepotente está condenado a soportar el irrespeto de sus conciudadanos. Por eso le armaron hace poco tremendo espectáculo cuando se inventó la tristemente célebre cartillita que busca la aceptación del tercer género. Por eso el analista Roberto Londoño, puso en duda su hombría en una emisora local. Fue el producto del desencanto y el fastidio que generan las posturas del médico Ospina. Con tres tutelas -todas perdidas- el alcalde intentó que su contradictor se retractara pero no lo logró.
El despotismo, la soberbia y la prepotencia no pueden hacer parte del imaginario de un alcalde de la hasta hace poco considerada la segunda ciudad del país. Tiene tan malos modales el señor Ospina que hace poco cometió la desfachatez de decir por radio que por lo menos tres pirobos de su gabinete renunciarían para convertirse en candidatos a la alcaldía de la ciudad.
Esa acepción es bien conocida en la ciudad y tiene una interpretación tan severa que no puede ser pronunciada por el alcalde y menos para dirigirse a sus colaboradores.
Ahora que está en discusión una nueva reforma política que bueno que nuestros legisladores incluyeran alguna talanquera en el régimen inhabilidades para que quien pretende acceder a un cargo de la democracia pase primero por el análisis del siquiatra para conocer el alcance de sanidad mental. Bastante falta le hace esa norma a nuestro país. El ser necio y arrogante no lo hace el mejor alcalde.